Por Raúl
Gorrín. La creciente competitividad que existe en el mercado impone que las
empresas se esfuercen por innovar y ofrecer productos y servicios que atrapen a
los consumidores. Las empresas que son capaces de adaptarse a los cambios son
las que se mantienen vigente en el mercado. El escenario exigente obliga a la
competitividad, a la innovación y calidad.
Cuando
hablamos de calidad de producto y servicio nos referimos a la capacidad de
desarrollar, diseñar, manufacturar y mantener un producto de calidad que sea el
más económico, útil y satisfactorio para el consumidor.
Muchos
coinciden que la calidad es la aptitud o adecuación al uso, lo cual
implica todas aquellas características de un producto que el usuario reconoce
que le benefician y siempre serán determinadas por el cliente, y no por el
productor, vendedor o persona que repara el producto.
La calidad
se obtiene con la participación de todas las áreas de la empresa. O sea, la
calidad es el resultado del trabajo de todos los departamentos; cada uno de
ellos debe llevar a cabo sus funciones y realizarlas con calidad. Además la calidad
se proyecta sobre todo hacia el interior de la empresa, pero existe también un
significado operativo que se proyecta hacia el exterior y que representa uno de
los pilares fundamentales de la Gestión de la Calidad Total.
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